Hola amigas:
Existe un fotógrafo, Matthias Schaller, que retrata paletas de pintores de los siglos XIX y XX. No sus cuadros, ni sus rostros, sino esas tablas manchadas, a medio limpiar, donde se mezclan los colores antes de llegar al lienzo. Su serie de fotografías se llama Das Meisterstück (The Masterpiece). Según él (y yo estoy bastante de acuerdo), una paleta dice tanto de un pintor como su obra final.
Al ver esas paletas, manchadas de intuición, me di cuenta de que hay otra herramienta muy nuestra con la que también pintamos todos los días: las paletas de sombras.
Y eso me hizo pensar: ¿qué pasa con nuestras paletas de sombras de ojos?
¿También son una especie de autorretrato? ¿Un reflejo de cómo nos vemos, o de cómo queremos que nos vean? ¿Una forma distinta de expresión artística?
Hoy, amigas, hablamos de pigmento, orden, mirada. De Turner y Pat McGrath. De paletas que pintan universos o párpados. Y de lo que el color dice cuando lo eliges tú.
Las paletas de los pintores clásicos no contenían simples manchas de color improvisado. Cada color tenía su lugar. Los blancos lejos de los oscuros, los tonos cálidos a un lado, los fríos al otro. No por estética, sino por eficiencia. Sabían que mezclar no era solo una cuestión técnica, sino casi coreográfica. Como si en ese orden escondido ya hubiera parte del cuadro final.

Y si miramos algunas de esas paletas de cerca, las de Van Gogh, Delacroix, Turner o Francis Bacon, lo que vemos no es solo orden, sino carácter.
La de Van Gogh está saturada y tensa, como si cada color luchara por escaparse del borde. La de Delacroix, organizada como una rueda cromática perfecta, parece un intento de contener el drama con geometría. La de Turner, toda difuminada, parece que llega el atardecer. Y la de Bacon… a manchas, intensa, seca, violenta… como si todo lo que le sobraba del horror del cuadro se hubiese quedado ahí atrapado.
Estas paletas eran como cuadernos de apuntes sin palabras. Un autorretrato secreto, lleno de manchas que nadie vería… salvo que alguien, como Schaller, se detuviera a mirarlas.
Y luego están las paletas de sombras de ojos.
Esta claro que no tienen la solemnidad del óleo, ni cuelgan en museos, pero también son archivos íntimos de color. Cajas brillantes donde conviven un beige mate, tres marrones casi idénticos, un dorado metalizado y el mítico azul eléctrico digno del mismísimo Yves Klein. Y aunque parezcan caprichosas, también siguen un orden, las sombras “para el día”, las “de noche”, las “de transición”, las “fantasía”.
Como en las paletas de los pintores, hay técnica, hay narración. Son mapas, sí. Pero no solo de color, también, de intención, de identidad, de posibilidad.
Las paletas, al final, sirven para lo mismo: transformar. El pintor no mezcla colores porque sí, lo hace para construir una atmósfera, una sombra, o dar profundidad. Para inventar una piel con solo cinco tonos de marrón y un poco de luz.
El párpado, en realidad, no es tan distinto, también juega a convertirse en algo que no es. Un párpado más abierto, más sexy, más descarado. Un párpado que parezca más natural o uno más negro e intenso que el de Robert Smith.
Y ya que hablamos de negro, una paleta de ojos sin sombra negra no es una paleta seria. Nunca me compraría una que no la incluyera. Es la sombra clave, sirve para sombrear, profundizar, difuminar e incluso hacer de eyeliner. Si vais a quedaros con un solo consejo beauty de esta newsletter, que sea este, buscad la sombra negra. Aunque luego solo uséis tres tonos... que uno sea negro.
Y aquí viene la paradoja, muchas veces usamos siempre los mismos cuatro colores. Da igual si la paleta tiene doce. Como si inconscientemente supiéramos cuál es nuestro “idioma” cromático, nuestra pequeña zona de confort. Todo lo demás… es decorado. Potencial. Deseo visual.
Yo, con los años, he de reconocer que me he pasado al club del “menos, pero mejor”. Prefiero una paleta versátil, bien pensada, con tonos ponibles, que no me obligue a hacer malabares para que todo combine.
La que para mí ha dado en el clavo, y que siempre pienso, “¿cómo nadie había hecho esto antes (tan bien)?” es la Eye Sculpt Essentials de Make Up by Mario. Tonos neutros, mates, usables hasta el infinito. Una inversión con sentido. También está la versión en neutros fríos, por si os tira más ese look.
Valeeeee, y si me apetece algo especial, algo con luz o fantasía, entonces sí, invierto en una sombra suelta que me encante de verdad.

O, si el presupuesto lo permite, en una paleta de Pat McGrath, la reina absoluta del pigmento. No para el día a día, pero sí para recordarme que la belleza también puede ser espectáculo. Y puro arte.
Al final, una paleta de óleo o de sombras es otra forma de decir lo que no siempre se dice.
Una forma de mirar, de mezclar, de inventarse. No hace falta exponer en un museo para tener un lenguaje propio. También hay creatividad en elegir un marrón cálido, en combinar un dorado con negro, en arriesgar con un azul Klein solo porque sí.
Llamadlo maquillaje o llamadlo arte portátil.
Pero si Velázquez tenía su paleta, nosotras también tenemos la nuestra.
Solo que la nuestra viene con espejo... y a veces, con purpurina.
Y eso también es arte.
Muac. 💄💋✨
P.D. Si os ha fascinado lo de las paletas de pintores tanto como a mí, echad un ojo al trabajo de Matthias Schaller. Su serie Das Meisterstück es un viaje visual precioso por paletas de artistas como Monet, Matisse o Picasso. Podéis ver su trabajo aquí.
A por la de Mario que voy!!! 🩷
Qué bonito y qué visual. Yo creo que es importante el contraste como potenciador. En mi caso, ojos verdes, sombras moradas. Un abrazo grande